por Klaus Poppe*
Trascendente a todo tiempo, a toda
manifestación cultural, el humano, por su naturaleza, relata. Movido por la sed
de explicaciones o por divertimento, en toda población humana los cuentos de
fantasía enriquecen la tradición oral; juegos de imaginería acompañados del sonido de las piedras o de una vara incandescente arrancada de la hoguera que no solo fortalecía las historias de
misterio, sino que también proporcionaba veracidad a quien narraba. Ese hombre que sacude
un atado de ramas de un lado al otro acompañaba su relato con una suerte de
artefacto mágico primigenio: he ahí las raíces de la tradición chamánica de la
magia.
El chamán no solo es un excelente narrador; también conoce los secretos que
rigen la naturaleza. Sin ser descubierto, arroja tizón molido al fuego para
animarlo ante los ojos atónitos de quienes escuchan: Exento de charlatanería, él cree que ese acto es verdadera magia, e infunde su creencia por medio de la
palabra. Por primera vez presenciaríamos un relato acompañado de decepción, deceptio,
deceptionis:“engaño”, la palabra comprende su consecuencia y su fin por sí misma.
Un gran salto temporal. Los juglares teatralizaban sus actos con el fin de desligarse cuanto sea posible de la “magia real”, respuesta natural ante la negativa de la época a toda manifestación relacionada a la hechicería o la brujería. Cualquier tentativa traía consecuencias mortales: “A la hechicería no dejarás que viva” (Éxodo 22:18). Estos magos y feriantes comenzarían a popularizar algunos de los gestos mágicos que caricaturizan el arquetipo del mago: “Abracadabra”, “Hocus Pocus”, “Presto Voilà”. Estas palabras no solo son florituras verbales, ellas suponen un preámbulo al efecto mágico, acreditan al mago como conjurador y crean un significativo aumento de tensión, previo al asombro. Se volverían de dominio popular, luego que en el siglo XIX Robert Houdin llevase la magia a grandes teatros y magos como Henri Alakazam y Harry August Jansen las ocupasen frecuentemente en sus espectáculos.
Un gran salto temporal. Los juglares teatralizaban sus actos con el fin de desligarse cuanto sea posible de la “magia real”, respuesta natural ante la negativa de la época a toda manifestación relacionada a la hechicería o la brujería. Cualquier tentativa traía consecuencias mortales: “A la hechicería no dejarás que viva” (Éxodo 22:18). Estos magos y feriantes comenzarían a popularizar algunos de los gestos mágicos que caricaturizan el arquetipo del mago: “Abracadabra”, “Hocus Pocus”, “Presto Voilà”. Estas palabras no solo son florituras verbales, ellas suponen un preámbulo al efecto mágico, acreditan al mago como conjurador y crean un significativo aumento de tensión, previo al asombro. Se volverían de dominio popular, luego que en el siglo XIX Robert Houdin llevase la magia a grandes teatros y magos como Henri Alakazam y Harry August Jansen las ocupasen frecuentemente en sus espectáculos.
Hoy en día, transmutadas estas palabras a
chasquidos, soplidos y adornos digitales, la magia ha dado paso a una relación
con el lenguaje, lo cual supone un ardid más en el baúl tramposo del mago
contemporáneo. Miguel Aparicio, un mago de Granada, España, realizaba un juego de apilamiento de dados (rutina de prestidigitación donde el ejecutante por
medio de un vaso y un gesto de muñeca consigue apilar una serie de dados en
vertical) ¿Cómo convertir esta rutina de corte habilidoso en magia pura? Aparicio
decide usar solo la voz como medio. Terminado su acto, el cubilete queda boca
abajo en la mesa, el mago se acerca al público y dice: “Con cuatro dados hay mil jugadas
posibles, salvo una que es
imposible”, luego levanta el vaso y
efectivamente están apilados. Sin trampa alguna, se gana los aplausos de su
público.
¡Se puede hacer magia solo con la voz!
El español Juan Tamariz, considerado unánimemente como el mago más importante de nuestra época, se presentaba normalmente en televisión y en radio. La pregunta siempre se repetía: ¿Puedes hacer magia por radio o es imposible? Ante el reto, ya a principios de los ochenta, Tamariz desarrolló una serie de juegos que presentaría en el aclamado programa Un, dos, tres: “Tocando el infinito” y “L´homme masqué”; en ellos eliminaba el factor del llamado telefónico, abriendo la posibilidad de leer, grabar y emitir magia, posteriormente, en cualquier momento y a cualquier distancia. Tamariz había inventado, en sus propias palabras, la “Verbimagia”.
En el año 2010, el mago chileno Juan
Esteban Varela profundiza en esta idea y desarrolla un show
de magia sin elementos. “From the dark” es un espectáculo de magia en completa
oscuridad. Plantea un quiebre a los paradigmas sobre la habilidad del mago y
descubre una posibilidad única en la historia, hacer magia para ciegos.
“Siempre y cuando una persona tenga la capacidad de imaginar, es posible estimular su fantasía con ficción. Siempre y cuando una persona tenga la capacidad de razonar, es posible intervenir su proceso de interpretación y crear un misterio. Siempre y cuando una persona tenga la capacidad de emocionarse, es posible convertir un juego de magia en una experiencia personal. La vista, como cualquier otro sentido es solo un medio: el propósito final de la magia es la emoción y el asombro”
Juan Esteban Varela, From the dark.
No hay mejor forma de esclarecer las dudas del lector que llevando a la práctica tanta teoría apresurada. Los dejo con la voz de Varela, una pequeña maravilla de su espectáculo para no videntes:
*Klaus Poppe es mago profesional con 10 años de trayectoria, miembro activo de la Hermandad Mágica de Chile desde el año 2008 y dueño de la tienda mágica Mr.Twisted. Premiado en las jornadas juveniles de la escuela de don Fernando Larraín, actualmente es reconocido nacionalmente por sus pares, gracias a su acto “los aros del artesano”. Es el profesor del Taller Permanente de Magia en Taller Estudio 112.
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